Y lo primero, fue el verbo 😉 . Ahí va:
Vivimos en la época más saturada de contenido de la historia. Nunca fue tan fácil escribir sobre cualquier tema, adoptar un tono profesional y compartirlo en redes como si fuéramos expertos. Con la democratización de la IA generativa, hoy cualquier persona puede crear artículos que parezcan escritos por especialistas. Basta con unos prompts bien formulados, un modelo entrenado con un tono personal y… listo: un post en LinkedIn que aparenta profundidad, criterio y experiencia.
¿Pero qué hay detrás de todo esto?
La reflexión nace en una conversación de comunidad (de una comunidad de IA de hecho): ¿hasta qué punto podemos fiarnos del contenido escrito que consumimos en redes sociales? Hoy, con un stack tecnológico mínimo, cualquiera puede recoger una charla en chino sobre física cuántica, traducirla, adaptarla a su estilo con un GPT personalizado y publicarla como si fuese suya. Sin saber nada sobre física cuántica. Sin hablar chino. Sin entender el fondo.
Y si eso es posible con un tema tan específico, ¿qué no se podrá hacer con temas de management, innovación o marketing?
La conclusión es clara: el texto ya no es garantía de expertise.
LinkedIn, una red que en su origen tenía una clara vocación profesional, se ha llenado de lecciones empaquetadas y titulares que buscan viralidad más que profundidad. «El cliente no siempre tiene razón», «Aprendí más de mi perro que de mi MBA»… frases diseñadas para provocar reacciones, no para transmitir conocimiento. Parece el «Sálvame» de la autoridad. Solo nos falta Patiño con un yogur.
Esto no significa que debamos desconfiar de todo lo que leemos, pero sí que es momento de reformular nuestro criterio de confianza.
Y aquí entra el verdadero punto de inflexión: el vídeo como nueva fuente de autoridad. Porque fingir expertise en texto es fácil; hacerlo en vídeo, no tanto. No se puede impostar lo que no se comprende en profundidad. Puedes guionizar, claro. Pero si no dominas un tema, tarde o temprano se nota. El cuerpo, el ritmo, las pausas, la forma de hilar ideas… no mienten.
Ver a alguien explicar un concepto técnico, defender una postura compleja o matizar una opinión revela no solo lo que sabe, sino cómo lo piensa. Y eso no lo genera una IA. Al menos, no aún
A día de hoy, lo que yo he hecho es cambiar la forma de informarme. Yo diariamente dedico un tiempo cerrado (time-boxing) a formarme, de diferentes maneras y con diferentes procesos. Desde leer (un libro) a ver vídeos de personas con autoridad o leer en redes sociales sobre búsquedas concretas que tengo guardadas a modo de prospectiva. Pero ahora consumo más vídeo y menos texto (texto online, el publicado en fuentes serias o con autoridad sigue siendo igual o más válido). Observo antes de leer. Escucho antes de compartir. YouTube y otras plataformas se han convertido en filtros de confianza de primer nivel (o bueno de segundo nivel, que antes de eso están los papers, los libros, las fuentes académicas).
Pero para cribar el ruido inicial, ver se ha vuelto más fiable que leer.
En un contexto donde la IA genera contenido más rápido que nuestra capacidad para leerlo, el criterio de calidad no puede seguir siendo la forma. Tiene que ser el fondo. Y el fondo, a menudo, se percibe mejor en la expresión oral que en el texto generado.
Así que la próxima vez que encuentres un artículo que te deslumbre, quizá valga la pena buscar si esa persona también sabe hablar de lo que escribe. Porque en un mundo lleno de textos impecables, ver sigue siendo creer.
TOFU es una fase en la estrategia de marketing que se centra en atraer y crear conciencia entre una audiencia amplia y diversa. En esta etapa, las empresas buscan captar la atención de personas que aún no están familiarizadas con su marca o producto.
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